Todo comenzó la semana pasada cuando me llegó, al igual que
a todos los usuarios del correo electrónico de la Cineteca Nacional de México,
un email que se quejaba del lugar donde está el reloj checador digital y de lo
difícil que es el acceso a éste. A dicho mensaje, muchas personas contestaron por sufrir las mismas calamidades.
Para llegar a checar hay que sortear una serie de obstáculos
que van desde la caseta de los policías, ubicada en la entrada de Mayorazgo,
que siempre están parados a medio pasillo, la oficina de intendencia, de sonde siempre están sacando y metiendo todos los productos de limpieza que se usan en nuestra institución, mientras los brigadistas de la higiene
platican y gritan como merolicos del Zócalo capitalino, no todos, hay un mudito. Posteriormente, hay que
balancearse sobre un grupo de tablones (mal) colocados en la última parte del
pasillo para poder llegar a un puente que cruza una zanja donde hay albañiles
trabajando. Antes de llegar a dicho puente, las tablas fueron cubiertas con
cuadrados de alfombra, de la que quitaron de las salas antes de la remodelación,
que cuando llueve nos sirven a los burócratas de tablas de surf.
Desgraciadamente, no sabemos practicar aquél deporte acuático y los torpes
movimientos que llegamos a realizar terminan, la mayoría de las veces, con
alguna sindicalizada mayor en el suelo con esguinces o rodillas sangrantes. Al
cruzar el puente uno se siente Indiana Jones en el templo de la perdición
(Spielberg 1984).
Inmediatamente, la raza burócrata se armó de valor y comenzó
a soltar sus quejas contestando sobre el mismo correo electrónico. Las quejas
ya no sólo iban sobre el acceso o el reloj checador digital. Cambió el sentido
y se fueron enfocando más hacia la higiene de los baños, posteriormente al
estado de uno de los hornos de microondas que no funciona, haciendo esperar a
la gente hasta media hora para poder calentar su comida.
Luego, casi veintitrés horas después, una compañera
denunciaba en un correo electrónico que “como a las 2:00 de la tarde al entrar por el camino del callejon
(SIC) de san Felipe, dentro de la Cineteca una compañera y yo nos encontramos a
un trabajador orinando en pleno pasillo dirigido hacía (SIC) la pared, por
supuesto que esto es desagradable para todos pero lamentablemente no es la
primera experiencia del tipo, ya que hace como una semana me tocó ver a la
altura del laboratorio digital a otro trabajador en ropa interior el cual creo se estaba cambiando también muy cerca
del paso de la gente.”
El
pasado comentario, después de arrancarme una carcajada, hizo que me interesara,
morbosamente, más en el caso. ¿Cuál albañil andaría paseándose como Lady Godiva
por el laboratorio digital? Todo se esclarece en un correo que llegaría tan
sólo unos minutos más tarde. Otra compañerita (como ven, la depravación la
sufrieron las mujeres y ningún hombre) culpa a la constructora de no haber
designado un lugar para que los albañiles se cambien, siendo la razón de
semejantes barbaridades. También menciona la anécdota que se convertiría en la favorita
de un servidor:
Dice
que el martes dieciséis de octubre del año dos mil doce, mientras caminaba
hacia el pasillo del reloj checador digital, a la altura del nuevo laboratorio,
encontró a un sujeto, del cual no sabe si era de la obra o no, alrededor de las
nueve con quince minutos de la mañana, hora
a la que siempre pasa mucha gente, recargado masturbándose mientras vestía únicamente boxers. Después pide saber
el avance de la investigación. No sé si haya mucho que investigar salvo si
habrá terminado o no o si es la única manera viable para quitarse lo helado de las obras negras.
Las
películas mexicanas de ficheras que muestran albañiles, no se alejan tanto de
la realidad. Los albañiles siempre serán albañiles. Aunque cause risa o
sorpresa lo que leí en los correos de mis compañeros, en el fondo me siento un
tanto triste por la falta de educación de los trabajadores y, aunque me digan
lo que siempre me dicen, la educación no enriquece al hombre con moral. La
moral se mama.