jueves, 13 de marzo de 2014

Los días pasan y los proyectos de acumulan.

Sin embargo, encontrarme a diario unos  obligados minutos para escribir me ha ayudado mucho. Dejo de lado las cosas que me parecen negativas, tengo más energía.

 Las actitudes que tiene cierta gente, y que yo no ando con un humor como el suyo, me han hecho ver lo sin ley que está este país. La noche del martes, un viejillo taxista se pasaba el alto, a dos kilómetros por hora, hasta quedar sobre las líneas del paso peatonal. Yo, incrédulo, me asomé por la ventanilla del copiloto y le dije a un buen volumen “¿Qué haces?”. Sólo pude ver manoteo dentro del carro. Me vi obligado a pasar por detrás del taxi y, cuando lo hacía, solté un manotazo sobre la luna trasera del Corsa en cuestión y se asomó de la ventanilla la cara de un viejito Duvalín®, es decir con vitíligo. Comenzó a proferir unas mentadas tan simples que más risa inspiraban a enojo. EL anciano, seguro descendiente de léperos, arrancó y dio una mala vuelta en U para retomar avenida Churbusco, rompiendo nuevamente varios puntos del reglamento de tránsito. Al pasar de nuevo frente a nosotros no fue para más que decir “¡Güebos!”


Llegando a casa, Chirpa, también conocida como das infernalische dachshund, comenzó a agitarse cada vez más y más. Los ladridos ya eran campanazos en los tímpanos; las uñas ya habían dejado en mi piel surcos que a la orilla se rodeaban de ligeras montañas inflamadas y rojas, hinchadas por la alergia; las caras ya estaba cubiertas de arañazos. Tuve que mandarla a su cuarto y hablar con ella. De chiripa quizá, la perra entendió y se calló.

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