Los días pasan y los proyectos de
acumulan.
Sin embargo, encontrarme a diario
unos obligados minutos para escribir me
ha ayudado mucho. Dejo de lado las cosas que me parecen negativas, tengo más
energía.
Las actitudes que tiene cierta gente, y que yo
no ando con un humor como el suyo, me han hecho ver lo sin ley que está este
país. La noche del martes, un viejillo taxista se pasaba el alto, a dos
kilómetros por hora, hasta quedar sobre las líneas del paso peatonal. Yo, incrédulo,
me asomé por la ventanilla del copiloto y le dije a un buen volumen “¿Qué
haces?”. Sólo pude ver manoteo dentro del carro. Me vi obligado a pasar por
detrás del taxi y, cuando lo hacía, solté un manotazo sobre la luna trasera del
Corsa en cuestión y se asomó de la ventanilla la cara de un viejito Duvalín®,
es decir con vitíligo. Comenzó a proferir unas mentadas tan simples que más
risa inspiraban a enojo. EL anciano, seguro descendiente de léperos, arrancó y
dio una mala vuelta en U para retomar avenida Churbusco, rompiendo nuevamente
varios puntos del reglamento de tránsito. Al pasar de nuevo frente a nosotros
no fue para más que decir “¡Güebos!”
Llegando a casa, Chirpa, también
conocida como das infernalische dachshund,
comenzó a agitarse cada vez más y más. Los ladridos ya eran campanazos en los
tímpanos; las uñas ya habían dejado en mi piel surcos que a la orilla se
rodeaban de ligeras montañas inflamadas y rojas, hinchadas por la alergia; las
caras ya estaba cubiertas de arañazos. Tuve que mandarla a su cuarto y hablar
con ella. De chiripa quizá, la perra entendió y se calló.
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