En una computadora suena George Michael y en otra Gloria
Gaynor. Acompañan al murmullo lejano que producen los del laboratorio digital,
choques de latas de metal que resguardan múltiples rollos de películas de
treintaicinco y dieciséis milímetros. Una mujer, fea, hipócrita, amargada y de
mediana edad, voltea varias veces, a lo largo del día, a verme a mí y a mis
compañeros. Su vida es aburrida y parece interesarse en la nuestra más allá del
mero chisme. Las risas de los revisadores no permiten que uno escuche el final
de los albures que dice Beto, un gracioso técnico. ¡Y eso que tienen la puerta
cerrada! Por la tarde, el ruido disminuye al igual que el personal que se
libera de sus actividades a las tres de la tarde. Para el turno vespertino,
sólo quedan tres o cuatro revisadores, dependiendo el día, que escuchan a un
moderado volumen canciones de la Sonora Santanera y demás grupos del estilo y
época.
Suena, también, la fricción de películas en los platos de
aluminio de las enrolladoras de las mesas de los revisadores. El rumor que
produce cada bobina es único; con el sólo sonido, un avezado oído es capaz de
distinguir si el rollo montado es de dieciséis o treintaicinco milímetros y
hasta si se trata de un material de acetato o poliéster en plena revisión. Algunos de esos artefactos, las enrolladoras,
tienen más de treinta años trabajando y ¡quién sabe cuántos miles de kilómetros
de película habrán pasado por ellos! Si una película, de treintaicinco
milímetros, con una duración promedio de aproximadamente hora y media mide casi
dos kilómetros y medio de largo, compuesta por varios rollos, el material que
tenemos en el acervo de la Cineteca Nacional de México debe ser suficiente para
tejer un puente que nos lleve a la Luna, y no a la que Méliès disparó en el ojo.
Los cintotecarios1 siempre tienen su fiesta. Los
hay muy variados; uno que es viejo y tiene muchos chistes que le califican de pierde-amigos, otro que tiene que ver
con todos y sabe todo sobre futbol y el tercero, que es gay, bien perra y es
mana del manantial. Es el último con el que mejor me llevo.
Si hay algo que me gusta del acervo son los olores. El olor a
vinagre que infecta a algunas películas, la resequedad del aire acondicionado
de las bóvedas, el olor a pasto húmedo en el exterior, la peste a cable viejo
que se desprende de las moviolas cada vez que montan y corren una película en
ellas, el perfume del amarillento papel rancio del archivo que se confunde con
el de las librerías de viejo, el vapor de mantequilla y palomitas que se escapa
desde la dulcería y se atreve a venir a visitarnos y el café que varios
bebemos.
Cuando uno entra al acervo, lo primero que se ve al fondo es
un cuarto cerrado con los revisadores trabajando. Anaqueles de metal con
cientos de latas de metal y envases de plástico, de mil y dos mil pies, conteniendo
rollos y rollos de película. Algunos filmes han sido abandonados por
distribuidoras, embajadas y otras instituciones con funciones parecidas a la
nuestra. En lo personal, me fascina expropiarlas por abandono (EPA) y hacer que
pasen a formar parte del tesoro fílmico que resguardamos. También, casi en la
entrada, se pueden encontrar a dos risueñas, bondadosas y agradables
secretarias. Una está casi por jubilarse y la otra, que es psicóloga, no tarda
mucho en hacerlo.
En los seis años que llevó aquí, que es lo más que he durado
en nada, he visto un cambio de jefaturas, dos cambios de dirección general,
tres jubilaciones por parte de revisadores, cambios de personal a otras áreas,
varios fallecimientos y enfermos que luchan contra el cáncer.
A mi Cineteca, que es tan mía como un lugar al que se le
puede llamar hogar, se le ha hecho daño, se le ha modificado, se le ha
ensalzado con visitas de presidentes, embajadores y astros del cine. Figuras
como Sofía Loren, Willem Dafoe y hasta Andrés Bustamante visitan nuestra
institución para presentarse en eventos, homenajes y estrenos. El maestro Jaime
Humberto Hermosillo se pasea frecuentemente entre la librería y la entrada a
las salas. Óscar Menéndez, el documentalista, viene al acervo para verificar el
avance sobre la digitalización de sus películas. A Óscar le gusta llamarme
primo, por ser también Menéndez.
El gusto del público por la Cineteca va por modas. Lo que sí,
nunca faltan los miles de visitantes en los fines de semana de la Muestra internacional
de cine. Ojalá, y lo digo con todo el corazón, esta Cineteca dure muchos,
muchísimos, años más
1Cintotecarios:
Como “bibliotecarios” pero con cintas, con film o película. Se ha pensado
cambiar su título a “custodios fílmicos”, pero no hay romanticismo en dicho
término.
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