jueves, 5 de febrero de 2015

No me gusta el futbol

Después de ver la más reciente edición del Super Bowl, la cuadragésima novena, para ser exacto, me di cuenta de la gran estafa que es el deporte televisado. Si bien la fractura de brazo del jugador de los Seahawks, Jeremy Lane, no pudo haber sido actuada, el desempeño de los árbitros me hizo recordar a “el tirantes” de la lucha libre, quien es el encargado de llevar el espectáculo al indicar a cada luchador lo que debe hacer y quién debe ganar. A diferencia de la lucha libre, los jugadores parecen intentar con todo ganar y, mientras no se cansen, distraigan, desesperen o confíen, la responsabilidad recae en el entrenador, quien es el que toma la última decisión. 

Los Patriotas de Nueva Inglaterra llegaron al Super Bowl desinflando balones y, posiblemente, sobornando árbitros (Cómo se extraña la época en la que los árbitros hicieron huelga y la NFL se fio orillada a utilizar arbitraje universitario. El resultado era el de decisiones fías, bien tomadas y honestas) para que hicieran la vista gorda ante holdings y demás movimientos o acciones prohibidas.

Ahora, de acuerdo al título de esta entrada, explico mis motivos para odiar el futbol “profesional”. El futbol es un deporte sencillo con pocas reglas que hasta retrasados mentales pueden entender y, por lo tanto, jugar. Las veces que he llegado a ver un partido, noto en seguida que los jugadores han entrenado cómo caer para que el accidente sea más vistoso. Entrenar para engañar al árbitro es tan antideportivo como utilizar sustancias prohibidas para maximizar el desempeño en la cancha. ¿Qué aprenden los niños cuando notan que sus ídolos engañan y juegan sucio? ¿Cómo nadie se percata de lo que los “astros” del deporte le hacen a la mentalidad de la gente? Quizás sea, más bien, un reflejo de la sociedad humana con todos sus engaños y mentiras.

Como sea, creo que la NFL está próxima a sufrir el mismo destino que el futbol. Es lógico que todos los partidos, al menos los de campeonatos o ligas, estén arreglados puesto que la cantidad inimaginable para mí de dinero que se ha de mover entre apostadores ha de ser suficiente para desarrollar, cuando menos, un excelente programa espacial, un fondo de investigación para el Alzheimer o cualquier asunto más importante que unos tipos pateando balones. Lo mismo aplica para todos los deportes televisados.

No tengo nada en contra del deporte. Si se arma una “cascarita” le entro felizmente. No tengo nada contra de los deportistas (los verdaderos) sino admiración por ese amor y pasión que depositan, cambiando hábitos y rutinas e incluso llegando a deformar sus cuerpos en afán de una disciplina. Me gustaría poder, como ellos, tener esa dedicación y entusiasmo por algo… por lo que fuera.

Mientras tanto, no dejaré que mi loro, Concho, vea algún partido de tan nefastas asociaciones para que no se vuelva idiota. Lo malo es que, parece ser, le va al Atlante…

Comments system