Después de ver la más reciente
edición del Super Bowl, la
cuadragésima novena, para ser exacto, me di cuenta de la gran estafa que es el
deporte televisado. Si bien la fractura de brazo del jugador de los Seahawks, Jeremy Lane, no pudo haber
sido actuada, el desempeño de los árbitros me hizo recordar a “el tirantes” de
la lucha libre, quien es el encargado de llevar el espectáculo al indicar a
cada luchador lo que debe hacer y quién debe ganar. A diferencia de la lucha
libre, los jugadores parecen intentar con todo ganar y, mientras no se cansen,
distraigan, desesperen o confíen, la responsabilidad recae en el entrenador,
quien es el que toma la última decisión.
Los Patriotas de Nueva Inglaterra
llegaron al Super Bowl desinflando
balones y, posiblemente, sobornando árbitros (Cómo se extraña la época en la
que los árbitros hicieron huelga y la NFL se fio orillada a utilizar arbitraje
universitario. El resultado era el de decisiones fías, bien tomadas y honestas)
para que hicieran la vista gorda ante holdings
y demás movimientos o acciones prohibidas.
Ahora, de acuerdo al título de
esta entrada, explico mis motivos para odiar el futbol “profesional”. El futbol
es un deporte sencillo con pocas reglas que hasta retrasados mentales pueden
entender y, por lo tanto, jugar. Las veces que he llegado a ver un partido,
noto en seguida que los jugadores han entrenado cómo caer para que el accidente
sea más vistoso. Entrenar para engañar
al árbitro es tan antideportivo como utilizar sustancias prohibidas para
maximizar el desempeño en la cancha. ¿Qué aprenden los niños cuando notan
que sus ídolos engañan y juegan sucio? ¿Cómo nadie se percata de lo que los
“astros” del deporte le hacen a la mentalidad de la gente? Quizás sea, más
bien, un reflejo de la sociedad humana con todos sus engaños y mentiras.
Como sea, creo que la NFL está
próxima a sufrir el mismo destino que el futbol. Es lógico que todos los
partidos, al menos los de campeonatos o ligas, estén arreglados puesto que la
cantidad inimaginable para mí de dinero que se ha de mover entre apostadores ha
de ser suficiente para desarrollar, cuando menos, un excelente programa
espacial, un fondo de investigación para el Alzheimer o cualquier asunto más
importante que unos tipos pateando balones. Lo mismo aplica para todos los
deportes televisados.
No tengo nada en contra del
deporte. Si se arma una “cascarita” le entro felizmente. No tengo nada contra
de los deportistas (los verdaderos) sino admiración por ese amor y pasión que
depositan, cambiando hábitos y rutinas e incluso llegando a deformar sus
cuerpos en afán de una disciplina. Me gustaría poder, como ellos, tener esa
dedicación y entusiasmo por algo… por lo que fuera.
Mientras tanto, no dejaré que mi
loro, Concho, vea algún partido de tan nefastas asociaciones para que no se
vuelva idiota. Lo malo es que, parece ser, le va al Atlante…