Resulta ser que la realidad, de
nuevo, supera a la ficción.
Inmerso en extraños sueños,
incluso en los que he sido torturado y poseído, me he encontrado a últimas
fechas confundido. Posiblemente sea la época del año en la que siempre me pase.
No recuerdo los sueños de fechas parecidas en años anteriores.
De febrero a marzo me pongo
tenso, sensible y perceptivo; eso sí lo sé. No son mis mejores meses y, este
año, por si fuera poco, me doy cuenta de que, creo, soy anoréxico. Todo el
mundo me ha dicho que me ve más delgado pero yo me siento gordo, flácido y
obeso. Quizá obedezca a lo gratificante que es saber que puedo llevar a mi
cuerpo al peso que deseé (no llegando a entender a la gente que no puede bajar
de peso aunque, explicándolo de la manera más sencilla y posible, seguramente
es pereza lo que los invade) o al trauma
que me quedó de haber vivido con una persona obesa, proveniente de una familia
de obesos. Aclaro que no tengo nada en contra del sobrepeso a no ser, claro,
que lo padezca yo.
Vuelvo con más ganas de escribir,
eso es bueno. Pasé cosas terribles el año pasado de las que, sepa quién sabe el
porqué, no me avergüenzo. Dejé el alcohol y así como lo hice deseo que le siga el
tabaco. Ése sí que es adictivo y se debería de prohibir. Escribo a diario por
gusto o por obligación, es el mejor ejercicio que hay. Leo más que otros años
y, aunque me he hallado más tenso, he aprendido cientos de cosas que me han
causado gran placer y terribles dudas.
Sigo, desde noviembre, con el
proyecto de Satanás Opina (a su página oficial, satanasopina.com ,puede acceder
haciendo clic en cualquier parte de esta frase). Me gusta porque me ha forzado
a escribir seguido sobre horror y terror, temas que son de mi sumo agrado. La
venta de camisetas ha comenzado lenta pero es entretenido mantenerme, también,
ocupado realizando varios diseños para las playeras y para las imágenes de los
cuentos que, en su mayoría, escribo yo para el sitio virtual. Quisiera subir,
al menos, uno diario pero las obligaciones laborales, botánicas, biológicas con
las mascotas y un intestino sumamente estresado me dejan muy poco tiempo para
realizar actividades de ocio o interés personal.
Me preocupo demasiado:
Mi casa está habitada por un gran
loro (Concho), una periquita australiana perteneciente al movimiento LGBT, dos
ratas Long Evans, una perrita salchicha miniatura de casi cinco tiernos meses
de edad, un abuelo llamado Isshat que se encuentra desempleado desde diciembre del
año pasado, decenas de plantas que demandan agua y atención y, a modo de
visitas ocasionales, un exboxeador desempleado con el esternón dañado (cosa que
no le deja realizar muchos movimientos), una tierna diseñadora que también se
encuentra desempleada pero intenta hacer algo de dinero vendiendo unas
originales artesanías que ella misma arma. Los tres humanos que menciono, se
desesperan por no tener dinero y no saber cómo generarlo. Todo eso lo absorbo
yo. Ya me eché demasiadas responsabilidades
encima y ya no sé cómo irme desprendiendo de algunas.
La casa está tiradísima. Si bien
tener un cachorro salchicha es ya una manda que se ofrece a San Francisco de
Asís (santo patrono de los animales y Scouts, supongo que por el tremendo
parecido, más que por los lobos…), el desorden reina por todas partes en forma
de cajas que se acumulan de material promocional de un funesto laboratorio en
el que Isshat laboraba. Junto a la puerta, hay un peligroso bajo eléctrico en
su soporte, mimo que espera acechándonos a la hora de entrada o salida para
causarnos tropiezos y reír cruelmente de nuestros accidentes, que son rematados
por un perro salchicha que se lanza al ataque, latigueando con incesantes
lengüetazos que causan alergias cutáneas al momento. Estoy pensando seriamente
en incendiar la casa.
Hora de retomar el ejercicio que me ayuda con los brazos y
de meditar unos minutos al día. Aunque, creo, que aquello de meditar es un
fantasía que no se puede cumplir en un lugar que tiene más ruido y música
repetitiva que un mercadillo de fin de semana.
Que Cthulhu se apiade de mi alma.
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